Mirándolo desde allá, desde aquella inexplicable liviandad y a 380.000 kilómetros de distancia, los astronautas que pisaron la Luna en 1969 seguramente no se imaginarían cuánto podía cambiar el mundo en 50 años. Los secretos mejor guardados ahora están en el bolsillo con internet; los ideales científicos se convierten en posibilidades de negocios; y, los que eran enemigos, ahora son amigos.
Han cambiado los competidores. Si en 1969 Estados Unidos corría la carrera espacial contra Rusia, ahora el principal contrincante es China. De hecho, desde 2011 que el gigante del norte no lleva al espacio astronautas en naves propias, sino que lo hace con máquinas rusas. Una paradoja que no habrían podido soñar Armstrong, Collins y Aldrin.
Hay cosas que no cambian nunca, eso sí: las dos potencias se pisan los talones para llegar antes, mejor y lo más ampulosamente posible al satélite terrestre. China mantiene activo el programa de exploración lunar Chang’e y la primera misión exitosa fue en 2007, cuando consiguió colocar una sonda en la órbita lunar. Ahora prepara la fase 4 del programa, que pretende llevar humanos a la Luna en 2024... el mismo año que se ha puesto como objetivo la NASA para enviar sus astronautas.
Atención, porque hay otra coincidencia: Chang’e es la diosa china de la Luna. Y el programa estadounidense se llama Artemisa, diosa griega de la caza pero también de la Luna, además de hermana gemela de Apolo, la deidad que le dio nombre al proyecto precedente.
“Esta vez, cuando vayamos a la Luna, nos quedaremos. Vamos a usar lo que aprendamos para dar el siguiente gran salto: enviar astronautas a Marte”, dijo Jim Bridenstine, administrador general de la NASA, al presentar públicamente el programa. Ya no se trata de ir, husmear, y volver; eso ya lo hicimos. Ahora queremos quedarnos. Claro que esta “colonización lunar” no pretende -al menos hasta ahora- que los humanos vivan ahí, pero sí instalar una base que facilite las travesías y que permita un contacto permanente con la Luna.
En medio de la guerra económica contra China, el propio presidente estadounidense, Donald Trump, le ha pedido públicamente a la NASA que acelere los trámites para poner nuevamente humanos en la luna, en 2024, y ha presionado al Congreso para sumar US$1.600 millones al presupuesto de la Agencia para conseguir ese cometido.
Otro dato que ha revelado la NASA cuando presentó el programa Artemisa (Artemis, en inglés) es que se asociarán a una decena de empresas privadas para los próximos viajes. Entre ellas están la aeronáutica Boeing y SpaceX, la compañía de cohetes que ha fundado el excéntrico inventor Elon Musk. Esta última ha marcado otro hito en los viajes espaciales, cuando puso en marcha el primer cohete reutilizable de la historia, a diferencia de los tradicionales -como el Saturno V de 1969- que son desechables. La sustentabilidad es otra de las características distintivas de Artemisa.
Hasta el momento, los países que se aliaron a Estados Unidos para la nueva exploración lunar son Canadá, Japón, Alemania, Francia y la Agencia Espacial Europea. “We go togheter” (”Vamos juntos”) es uno de los eslóganes más resonantes del proyecto y la NASA insiste en que la cooperación entre los países y entre los sectores públicos y privados será ganancia para todos, para la ciencia y para los negocios.
¿Para qué volver a la Luna? Porque, dicen los expertos, todavía hay mucho para saber sobre su composición, porque podría aportar más datos sobre la formación del sistema planetario, porque es una potencial fuente de combustibles dado su contenido de minerales. Sin embargo, para todo esto, se podrían usar robots. “Creo que es un tema político enviar humanos a la Luna, porque para la ciencia no es necesario”, sentenció Diego Bagú, director del Planetario de La Plata, en una reciente entrevista con Perfil.
Pero además, el gran objetivo de la NASA y de sus asociados es convertir la Luna en una base para futuros viajes espaciales. De hecho, una de las fases del programa se completará con la instalación de Gateway (portal), una especie de estación espacial que quedará orbitando la Luna a la que llegarán las naves, se acoplarán, y luego descenderán a la superficie lunar. En los videos explicativos que ha difundido la agencia estadounidense se ven astronautas, robots, minilaboratorios y todo tipo de maquinaria trabajando sobre la Luna, como una suerte de ciudad científica.
Dijimos que el programa estadounidense para suceder a Apolo se llama Artemisa, y es un nombre que dice mucho. En épocas de mujeres que se empoderan y consiguen igualdad en todos los ámbitos, dejar los viajes espaciales reservados sólo para hombres sería ir a contramano de la historia. Expertos en el tema de instalar sus proyectos y sus logros en el ideario colectivo, los estadounidenses ya promocionan con firmeza otro de sus objetivos: “seremos los primeros en poner una mujer astronauta en la Luna”.